‘El maletín de Stevenson’ de Bruno Montané en El Imparcial

El chileno Bruno Montané, al igual que el mexicano Mario Santiago, formó parte del movimiento infrarrealista y es uno de los escritores que Bolaño -otro exmiembro de la pandilla- rescató, si no del olvido absoluto, de una desatención general de los lectores escribiendo sobre ellos. En ambos casos este levantamiento, este dar a conocer, supera el gesto de la amistad. La calidad de Montané sorprende, más si tomamos en cuenta que el título que nos ocupa lo escribió entre los veintidós y los veinticuatro años.

Víktor-Gómez,-Antonio-Cordero,-Bruno-Montané-(3)“El maletín de Stevenson” (1979), “El agujero de las sendas” (1980) y “Las colinas interiores del planeta” (1980-1981) son las tres partes del libro, donde destaca, justamente, la que titula esta ópera prima. La ausencia de puntuación provoca (o propone) además de una musicalidad y una voz muy particular, multiplicidad de posibles significados, de lecturas, cuando leemos un verso y luego se suma otro y otro. Es decir, el significado se va quebrando y rearmando. Pero lo más interesante sucede cuando llegamos al final del poema. Es allí donde aparece algo fantasmal, un sentido posible y extraviado a un mismo tiempo. Encontramos una seña de esto más adelante, donde el lenguaje empieza a ser aparentemente más legible -la aparición de la puntuación parece un signo de esto- que en las primeras páginas. Del poema “Las bellas palabras”: “Y tú sientes que la sintaxis / es una factoría oculta en el fondo / del pantano, mugido que no para, / silencio que la envuelve.”

La legibilidad de la segunda parte y la tercera, digámoslo de una vez, es en realidad una apariencia. Montané siempre deja un cabo suelto que ahora no viene a resolver en el mismo poema, sino en el que viene. Y el que viene deja otro vacío, así, sucesivamente, dejando siempre una deuda que tal vez se salda en la conciencia del silencio, del vacío, de la derrota que implica nombrar las cosas. Fragmentos del poema “Surcos de espuma” son ejemplares: “Mientras tú sientes cosas que piden un nuevo / lenguaje o su dislocación, mientras las visiones / que se miran a sí mismas siguen adelante, / pero no mucho”.

No hay resoluciones, el llamado “mensaje del poema” se expresa nada más, en el detalle, en la revelación, en la enunciación, en una suerte de dar fe de una realidad. Todo construido a partir de imágenes sencillas —una playa, el campo, partes del cuerpo-, que además de hacer grata la lectura —en el sentido de que no estamos frente a algo demasiado ilegible o experimental, tampoco frente a una escritura que aborda el tema del lenguaje desde el discurso- nos está intentado decir que las cosas sencillas no son tan sencillas, sino más bien frágiles, complejas, ambiguas. Un vanguardismo medido, si se quiere. Una propuesta poética correctamente desarrollada, que jamás se conforma con la mera pirueta.

Por Gabriel Zanetti

{Reseña pulbicada en elimparcial.es}

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