La traducción de viaje, por Juancho Romero

Las lenguas, como las planta o los animales, pertenecen a un lugar. A ese lugar lo llamamos cultura, pero cultura en un sentido primigenia, como la relación de un pueblo con el lugar que habita, que es lo que determina su forma de vida: lo alimenta, le proporciona los materiales para construir sus casas. La cultura constituye el conocimiento compartido y la historia y cada cultura se expresa en su propia lengua.

No resulta, sin embargo demasiado fácil explicar en qué sentido se distinguen. Saudade, morriña,… existen conceptos que parece que no se pueden traducir. Pero, en realidad, melancolía, nostalgia, añoranza, son conceptos que los traducen muy bien. No es que los portugueses o los gallegos sientan cosas que no sienten los castellanos, es que han creado una música y una literatura alrededor de esos conceptos, como en otros sitios se ha creado una literatura sobre el honor o la ceremonia del té. No son lenguas diferentes, sino culturas, aunque ahora con mayúscula, culturas artísticas diferentes que se reflejan en sus lenguas.

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Podemos pensar en la nieve en inuit. Se dice que hay más de 40 conceptos distintos asociados a la nieve en esta lengua. Pero no es verdad. En realidad, sólo hay dos, lo que pasa es que, al ser una lengua polisintética, como diría Rajoy, pasan cosas.

el inuktitut tiene sólo unas pocas raíces léxicas para «nieve»: ‘qanik’, quiere decir «copos de nieve en el aire», y ‘aput’, «la nieve en el suelo». Con estas se forman palabras más largas, mediante el uso de afijos que describen cualidades de la nieve, de la misma manera que en español se utilizan adjetivos o preposiciones: «blanca nieve» «nieve derritiéndose» o «nieve en el suelo

Sin embargo, también es cierto que podemos verlo desde otro punto de vista. ¿Cuántas palabras para nieve existen en warlpiri?

El escritor de viajes (dejando a  Heinrich Schliemann aparte), tiene que adaptar una lengua que es el producto de una cultura concreta, la suya, para describir otra cultura diferente, la del lugar que visita. Por ejemplo, se utiliza el inglés, que es la expresión de la cultura anglosajona, para referir a la cultura camboyana. Este uso, en sí mismo, constituye un esfuerzo enorme de interpretación y de adaptación. Sin duda, lo hace lo mejor que puede, pero nunca vamos a tener la garantía de que un rinoceronte no se convierta en un unicornio.

Si yo os pidiera que en una hoja escribierais una definición de amor o de terror, tres líneas, probablemente encontraríamos pocas coincidencias entre vuestras definiciones, más allá de los aspectos más generales. Las palabras adquieren su significado de nuestra experiencia. Cómo sean nuestra relaciones amorosas va a determinar cuál va a ser el significado que le demos a la palabra amor. Dado que, como bien sabemos, cada relación es distinta, no podemos esperar que el concepto amor sea igual para todos. Por otro lado, para que la comunicación sea posible, aunque de manera imperfecta, el significado no puede ser completamente arbitrario. Esto es, no vamos a encontrar ninguna definición de amor que a otro hablante le pudiera servir para definir odio.Young Man Traveler with backpack reading book and writing notes

Hay límites, algunos de ellos culturales. En una cultura, el significado está condicionado por cuáles sean las prácticas socialmente aceptadas. Por ejemplo, hay gente que en sus relaciones disfruta con prácticas, digamos, violentas, quizá dolorosas. Sin embargo, esos comportamientos no van a formar parte del significado de la palabra amor, porque no se entendería, el resto de los hablantes no computarían nunca ese significado. Nadie va a decir que dar un guantazo forma parte del comportamiento amoroso, aunque de hecho esa acción formara parte de sus relaciones amorosas. Podemos imaginar, sin embargo, culturas en las que esto no fuera así, y precisamente con respecto a las relaciones sexuales es evidente que ha habido históricamente momentos muy distintos al actual.

El escritor utilizará la palabra amor para referirse a algo que en otra cultura tiene un significado diferente, como incluir la sumisión de la mujer al hombre. Y ya que ha salido el tema, pensemos en la palabra matrimonio. Cuando se redactó la constitución a nadie se le ocurrió que podía haber matrimonio entre personas del mismo sexo, y cuando digo a nadie digo a nadie. Porque si a alguien se le hubiera ocurrido, el artículo 14 especificaría claramente que el matrimonio se refiere únicamente a la unión de personas de distinto sexo. No lo hicieron, porque en ese momento la preocupación no era esa, sino que la mujer tuviera exactamente los mismos derechos que el hombre, de ahí su redacción: El hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica. Sin embargo, un día, una pareja de homosexuales sintió el deseo de casarse y pudo reclamarlo abiertamente. En ese momento, la palabra matrimonio cambió su significado y ya no significa lo mismo que en otras culturas en las que estas uniones no están permitidas. No es un asunto meramente legal: la concepción completa de matrimonio como herramienta para la reproducción de la especie ha desaparecido.

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Ahora, comprendan el problema, el escritor ha tenido que adaptar, como ha podido, pero con lúbrica infidelidad, su lengua a la cultura de otros, y ahora vengo yo, con otra lengua más, con sus peculiaridades a hacer una adaptación de la adaptación del original. Una mierda, vamos. Difícilmente me puedo sentir satisfecho, pero hoy he salido llorado de casa.

Supongo que este conflicto lingüístico forma parte de la aventura. Nuestra cabeza, nuestra herramienta para interactuar con el mundo se ve forzada, quiere comprender, quiere hacer predicciones, saber qué va a pasar. Yo hace tiempo que sabía que iba a venir aquí, podía hacer planes a una semana tranquilamente. Eso no ocurre cuando estamos inmersos en otra cultura, a menudo no tenemos ni puta idea de lo que va a ocurrir. Una parte importante del problema son las palabras, parece que nos entendemos, pero no es así.

Les voy a contar un caso:

Sin duda todos habrán jugado alguna vez con esos cubos que tienen una tapa con agujeros de formas geométricas: círculo, triángulo y rectángulo. Y cuando llega el momento de ir a meter uno de los bloques de madera por los agujeros, entonces habremos dicho u oído ¿Cabe o no cabe? Y el juego se repite una y otra vez. Se repite tantas veces que tenemos la ilusión de que nos estamos entendiendo. Pero un día vamos por la calle y el niño quiere entrar a un garaje y nosotros le decimos no, por ahí no podemos entrar, esa es la entrada de coches y entonces él nos mira y nos pregunta ¿no cabemos?

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Esto es un problema nimio si lo comparamos con el problema de entender una cultura distinta a través de la lengua. En los dos libros que presentamos aquí, este problema se aborda de maneras muy diferentes. En «El mochilero«, de alguna manera se renuncia expresamente a la tarea de entender al otro. Los personajes transitan intentando convertir su debilidad en fortaleza: como no te entiendo, voy a hacer lo que me dé la gana. En «Perdidos en Camboya«, por el contrario, el autor pone todo de su parte para entender la cultura. Disfruta con su música, de la comida, pero, de algún modo, al contrario que el mochilero permanece al margen. Los dos, sin embargo, tienen una cosa en común, cuentan la historia de los viajeros. Hubiera sido interesante haber leído esas historias, pero contadas por los habitantes de esos países.

Son dos libros muy distintos, uno habla de la cultura nómada, mientras que el otro habla de los emigrantes. Desde luego, uno puede leer El Mochilero como un libro de aventuras, o más bien de picaresca; pero es interesante pensar en este libro como el producto de una cultura y de cómo esa cultura, la nómada, se desenvuelve entre culturas sedentarias. Perdidos en Camboya es un libro sobre emigrantes, pero también puede leerse como el relato del exterminio de una cultura a manos de las excrecencias de occidente.

Así que les animo a leerlos, pero sobre todo, les animo a reflexionar después, no ya sobre lo que han leído, sino sobre lo que representan esos libros. Y a viajar, claro.