«Ante todo creo en la libertad individual, en el anarquismo bien entendido»
Hace unos días llegó a Librerantes la 2ª edición de La ballena que iba llena, un libro que llama la atención por su color amarillo vivo y que, hay que decirlo, es dificilísimo de acomodar en las cajas de los envíos a las librerías porque es casi cuadrado. Cuentos infantiles con ilustraciones y música; el rango de edad del público al que va dirigido se amplía hasta la edad en la que los niños dejan de creer en los cuentos, lo que en algunos casos no sucede nunca.
Partiendo nada más de la premisa de este librodisco, surgen algunas preguntas a su autor, Enrique Mercado, escritor, poeta, músico, guionista de cine…¿Es tu primer libro para niños?
Es mi primer libro para niños, sí, pero no la primera vez que escribo para los más pequeños. En los años 90 del siglo pasado había escrito unos guiones para un CD titulado La banda de Chulín, producido por Paco Ortega. Ese trabajo formaba parte de la instalación permanente del Zoo de Madrid que lleva ese nombre (no estoy seguro de si sigue en la actualidad porque hace ya muchos años que no me interesan los zoos). Entre canción y canción, los animales protagonistas hablaban entre ellos y presentaban las canciones. Yo era el autor de esos diálogos.
¿Desde el principio quisiste escribir un libro de cuentos? ¿O estos fueron surgiendo a lo largo del tiempo y finalmente los has reunido en una única obra?
El proceso de escritura de los cuentos que conforman La ballena que iba llena comienza hace muchos años. Alentado por mi primera experiencia con La banda de Chulín, y animado por la libertad que te da escribir para niños –siempre he tenido presente en toda mi escritura aquella frase de Picasso de que su objetivo era acabar pintando como un niño– empecé a escribir estos cuentos y a disfrutar como hacía años que no lo hacía del mero hecho de fabular, de empezar una historia y no saber adónde te acabará llevando. Lo cierto es que todos estos cuentos tenían un mismo hilo conductor: denunciar ese mundo adulto que, parafraseando a Antoine de Saint-Exupéry, ha olvidado que algún día todos fuimos niños. Lo cierto es que todos estos cuentos acabaron siendo partes indivisibles del mismo cuerpo. No son una suma, son partes del mismo universo literario. En él, los niños que protagonizan los cuentos podrían ser los héroes de cualquier otro cuento.
Me interesa mucho saber cómo se gestó la idea de unir relatos con ilustraciones y con canciones, ¿siempre quisiste hacer una obra que mezclase las tres disciplinas o la idea surgió después? Si es así, ¿qué fue primero: la música, el dibujo o la narración?
Años atrás, había escrito/pintado un poemario visual, Correo Perentorio, donde los poemas eran, en realidad, dibujos que podrían haber sido trazados perfectamente por la mano de un niño, y fue entonces cuando me reencontré con la libertad del niño que dibuja sin someterse a las normas académicas. Ese trabajo me reportó la amistad del gran poeta visual y artista catalán Joan Brossa. Según él, en Correo Perentorio se hacía verdad aquella máxima de Joan Miró de que, en arte, «hay que dar la máxima emoción con el mínimo de sensación». Y aquí añado otra frase del violonchelista Pau Casals, aquello de que «hay que aprender la técnica para olvidarla». Con todo este background, surge de manera natural la idea de darle la vuelta a los cuentos gracias a la visión pictórica de un niño. De repente, comprendí que las ilustraciones no podían ser sólo ilustraciones, sino realidades autónomas que interactuasen con los cuentos, incluso contradiciéndolos.
La primera versión del libro estaba trufada de decenas de dibujos, pero esto, aparte de encarecer el libro, lo hacía demasiado denso, y finalmente me quedé con los dibujos que consideré más esenciales para «correlatear» la parte literaria.
No contento con los cuentos y las ilustraciones, todas estas historias me pedían ser cantadas. Si ya teníamos un relato literario y otro pictórico, ¿por qué no contar los cuentos otra vez valiéndome de otra disciplina artística, como es la música?
Y tanto fue así, que las canciones salieron una detrás de otra con una facilidad increíble. La verdad es que nunca he estado tan inspirado, y creo que eso se transmite en los relatos que conforman esta obra total en que se ha convertido La ballena que iba llena.
¿Qué quieres contar a los niños con estos cuentos? ¿Qué quieres que se pregunten?
Eso quiero… que se pregunten, básicamente. Como oficial de tod
o y maestro de nada que soy, ¿quién es Enrique Mercado para aleccionar a nadie? Simplemente transmito mi manera de entender el mundo desde la visión del niño que fui y que no me resigno a dejar de ser. Si otros niños –literales o literarios– se sienten identificados con mi visión, pues encantado de tener compañeros de viaje. Pero ante todo creo en la libertad individual, en el anarquismo bien entendido, y creo que eso queda patente tanto en este libro como en el resto de libros «para adultos» que he escrito, y ya son unos cuantos.
En La ballena que iba llena hay una denuncia clara contra el maltrato animal y contra el abuso del poderoso sobre el humilde, y, por supuesto, una defensa de todo aquel que es o se siente diferente, además de un rescate de los personajes y escenarios de mi propia infancia. Este período de mi vida transcurrió en la periferia de Madrid en los años setenta del siglo pasado. Entonces, era habitual que, de cuando en cuando, se instalasen en los descampados que rodeaban mi ciudad atracciones y circos realmente marginales y terroríficos. Recuerdo la tristeza de los ponis dando vueltas y vueltas en atracciones dirigidas por siniestros personajes, y aquellos tigres famélicos que lanzaban perezosamente su zarpa contra el látigo del domador. En este libro, también aparece mi admiración hacia los nómadas que vivían en las chabolas y los poblados marginales próximos a mi ciudad. En mi visión de niño, era gente totalmente libre que no había de someterse a nada. De ahí mi homenaje a todos ellos en el cuento El niño rico era pobre. Sus protagonistas, Churumbelito y Churumbelita, son como mis hermanos salvajes soñados, aquellos con los que podría haber vivido las aventuras más increíbles por los campos de trigo y los terraplenes del tren de los suburbios.
¿Por qué las canciones que acompañan a los cuentos son tan diferentes de la música para niños que estamos acostumbrados a escuchar? La verdad es que se agradece. ¿Por qué esa mezcla de estilos?
Detesto la música para niños que se hace hoy en día; por supuesto, hablo del mainstream, ya que hay otras iniciativas independientes ahora mismo en el mercado que me encantan. Esa música ad hoc para niños tiene siempre la misma orquestación. Me resulta insufrible. Por eso la idea de incorporar distintos estilos musicales, para que los niños sepan que hay géneros que no son patrimonio exclusivo de los adultos, y de hecho, las canciones son una parte vital, yo diría crucial, de la obra. Los niños las bailan y se las aprenden de memoria desde el primer momento. Y hablamos de niños de 1 a 10 años. La música habla por sí sola. De hecho, las canciones son un poco la esencia del libro. Te cuentan otra vez la historia de cada cuento pero a través de una canción (música y letra: ya tenemos dos subgéneros). Estoy seguro de que habrá niños que, dentro de unos años, cuando ya sepan leer, se sorprenderán de ver qué esta historia ya la habían oído, pero lo bueno, entonces, será que se la estarán leyendo/entendiendo de una manera diferente y en un lenguaje distinto.
Sin duda, y en relación a la perfecta aplicación de los distintos estilos musicales en los temas, tengo que destacar la estupenda producción musical y los arreglos de Luis Mendo y Bernardo Fuster, del grupo Suburbano, que han hecho un trabajo impecable e incluso han participado componiendo la música de cuatro de los cuentos. Y por supuesto, vaya desde aquí mi agradecimiento a todos los cantantes y músicos que han intervenido en la producción.
¿De dónde viene la idea de utilizar las ilustraciones como parte de la narración, como elemento que añade información sin limitarse a ilustrar lo que el texto cuenta?
Como te decía anteriormente, las ilustraciones no se limitan a ser las comparsas del cuento, como así ocurre en tantos libros infantiles. Sí, los padres valoran mucho todos aquellos dibujos increíbles, llenos de color y destreza técnica, pero, en realidad, no se dan cuenta de que no añaden nada nuevo al relato. Aquí el dibujo interactúa, se pelea con el relato, lo contradice, es un poco como traer la mayéutica, el diálogo de Sócrates/Platón, a la literatura infantil. La verdad es que estoy muy satisfecho de ser el padre de esta criatura. Decía un personaje a otro en El sueño del mono loco, de Fernando Trueba, que «los niños no pueden tener niños». Vale, de acuerdo, pero si son como La ballena que iba llena, sí se puede.