Indice, de Benito del Pliego y Pedro Núñez, el tercer libro de nuestra colección Buccaneers, ha recibido una interesante reseña por parte del poeta y crítico Juan Soros:
Índice
Benito del Pliego-Pedro Núñez
Madrid, Varasek Ediciones, 2011
El índice va al final. Otras veces va al principio. En la mayor parte de los casos es una
decisión editorial donde el autor del texto no interviene. A pesar de la insistencia
post-Mallarmé sobre el libro como un todo, en muchos casos no se le da la relevancia
que, por ejemplo, Genette le otorga dentro de lo que llama los paratextos. Sin entrar
en la importancia de ciertos índices, por su carácter articulador o por su poder
político represivo, un libro titulado Índice nos hace pensar en un libro sin título, al
que se le ha arrancado la portada y al que accedemos de una manera menos lineal,
menos segura, menos convencional. Al mismo tiempo, tampoco se puede escapar,
si se conoce el trabajo anterior de sus autores, a la referencia a Charles S. Peirce y su
estudio sobre el icono, el índice y el símbolo.
Benito del Pliego (Madrid, 1970) y Pedro Núñez (Santiago de Chile, 1958) vienen
colaborando desde principios de los noventa, primero en el colectivo Delta 9 y luego
en diversos proyectos de ida y vuelta. Como explica la “Nota sobre los orígenes y
transformaciones de esta obra” esta edición de Índice completa y reúne, pero no
cierra, diversas formas que antes aparecieron de manera fragmentaria o en proyectos
no realizados. Principalmente, en 2003 las dos primeras secciones publicadas en
Germanía, con el Premio Internacional de Poesía Gabriel Celaya, la tercera sección
como cierre de Merma (Tenerife, Baile del Sol, 2009) y una publicación electrónica
originada en 2006 que no llegó a realizarse. Si en otras ocasiones, por ejemplo los
ensayos de del Pliego sobre las esculturas en papel de Núñez, la colaboración
ha sido secuencial, la mirada de uno sobre el trabajo de otro, en Índice el proceso
creativo se define como un diálogo donde dos formas de grafía se encuentran. Por
una parte las que llamamos comúnmente textos, en particular poesía, de Benito del
Pliego y los grafismos de Pedro Núñez.
Sería muy extenso reseñar, en su sentido lato, la complejidad visual de esta
obra. Baste con decir que, a primera vista, los grafismos de Núñez tienen una cierta
semejanza con notas musicales y que tienen su origen en una tipografía. Es decir,
aunque pertenezcan al ámbito de las artes visuales abstractas están encadenadas a
la grafía semántica en varios niveles, en el sentido de sistema de notación alfabético
o musical, aunque, sin duda, justamente no en el semántico. Así, en el espacio del
lector, el libro abierto, página contra página, se enfrentan dos escrituras, dos grafías.
A lo largo de las tres secciones principales del libro, “palingenesia”, “índice”,
“doble A”, se despliegan estas combinaciones de grafías en grupos de veintisiete.
En las dos primeras un grafismo se enfrenta a un texto. En “doble A”, son dos
grafismos combinados. Finalmente, dos series, “palabras” y “citas” abandonan el
texto de del Pliego y presentan combinaciones de los grafismos anteriores y podrían
ser leídos como caminos o senderos de lectura alternativos a la linealidad propia del
formato libro. Si “palabras” mantiene el vínculo numérico con las series anteriores
(combinaciones de nueve), “citas” rompe con esta relación e incluso desborda
los márgenes de la hoja pasando de una a la otra en un momento en el que más
recuerdan (y suenan) a una notación musical en su ritmo y movimiento. Más que
verse, se escuchan en su silencio semántico, de alguna manera quizás lo que ha
querido expresar el compositor Wim Mertens al titular un concierto “What you see
is what you hear”. Esta primera observación, un ojear el texto, lleva a pensar en una
disolución del habla, del texto de del Pliego, en ese silencio musical de la abstracción.
Pero es un error, hay que leer el iconotexto. Desde la aparente fuga hacia el silencio
el texto va al renacimiento (“palingenesia”) y, en cuanto tal, a la reescritura, a las
múltiples virtualidades de la combinatoria gráfica, dejando el sentido en suspenso.
En su ensayo sobre la escultura en papel de Pedro Núñez, Benito del Pliego
comienza por decir que “[…] sus obras gráficas son verdaderamente ‘virtuales’, es
decir, que contienen la capacidad de generar otras piezas y que, además, contienen
otro tipo de virtualidad aún más inesperada, ya que la técnica y el formato en que
se presentan son susceptibles de ser modificados sin alterar el sentido de la obra”.
Así, los grafismos de Núñez y el iconotexto, siguiendo el concepto que ha trabajado
Jenaro Talens, de del Pliego-Núñez toma características orgánicas. Esta posibilidad
de generar otras piezas parece ser recíproca entre texto y grafismo en Índice y nos
presenta un libro que va más allá del objeto, inerte, a la máquina (humana) de múltiples
combinaciones, sentidos y lecturas. Como un cuerpo de órganos diferenciados pero
comunicados y mutuamente imprescindibles. Como organicidad, materia viva que
muere al final del libro y se regenera al volverlo a leer. Es notable que la primera
edición de la sección final, “doble A” en Merma, termine con una cita de Joan Brossa:
“I, sitot comença per acabar, / tot acaba per començar de nou”. Donde la cita textual
daba pie a recomenzar, ahora nos encontramos los grafismos de Núñez que invitan a
la iteración y regeneración, en ese momento cobra sentido que la primera sección se
titule “palingenesia”. A fin de cuentas, el índice es la herramienta, el paratexto, que
usamos para entrar en un libro por vías distintas a la lineal.
En la lectura del Índice aparece el primer poema como una suerte de programa. La
pregunta por el sentido se funde en gestos, mirada, reiteración y memoria. El sentido
y su suspensión que van a ser un leitmotiv a lo largo del texto. La contemplación del
paisaje, no descrito pero dicho, se abre al desborde, no tanto de la extensión como
de la visión, a veces, alucinada. El paisaje, el viaje, no se dice en la anécdota sino en
el lenguaje de la observación fragmentaria que lo integra. De alguna manera, en el
límite, se invierte el proceso descriptivo: “Cuando quiere hacerlo real, lo pronuncia,
y así comienza a existir, encarnado por la ausencia.” Lo que recuerda la teoría del
fantasma de la que habla Agamben en Estancias. Sin duda, una teoría melancólica.
“Se mira al mundo y nada responde”, dice del Pliego, del mismo modo los grafismos
de Núñez son presencia ofrecida a la contemplación. Es “la mirada que diverge y
se mira tocando su piel”, texto del primer poema del libro. Es una mirada táctil,
que redunda en mirada-diálogo entre grafismo par y texto impar que se miran y
escuchan, con lo que volvemos y engarzamos con la mirada auditiva.
La poética de la reescritura desestima el valor semántico, definitivo, dictado, del
texto. “Después de terminar le gusta repetir lo dicho”. Y sin embargo, la insistencia,
el cincelado, le remiten al texto, que casi podría ser un texto encontrado, un valor
esencial, urgente y necesario. Reducido, acotado, pero libre de imposición, libre
para el espacio del lector. Aquí quizás con más fuerza o evidencia que en otros
textos, lo que se presenta es una partitura. Partitura de voz e imagen, sin código
para interpretación con otros instrumentos y abierta, como las partituras barrocas
o de jazz, a la improvisación. Tema y variaciones, a veces una frase (musical)
muy simple, que varía, se fuga, fluye o se disuelve. Esto se enfatiza en la tercera
sección, donde el texto sigue una numeración romana descendente, desde el VII
al I. Su comienzo es contundente: “No hay sentido”. Podríamos decir que aquí es
donde se concentra la reflexión desligada de referentes, donde más se acerca a un
diálogo de “las palabras y las cosas” foucaultiano en poesía. La suspensión aparece
constantemente en el texto frente al grafismo suspendido en la página blanca,
silencioso. Como si cada serie de grafismo y texto sólo estuviera ahí para marcar
esa cesura que sucede entre página par y página impar. Un libro en suspenso.
Un libro por venir. Hacia el final, que no es final, se siente una tensión originada,
quizás, en el querer decir el no poder decir, la falta de sentido. “El sentido se
abisma: claridad”. El sentido de una poética abismada, enfrentada a la convención
y puesta en la frontera: “Resolución: suspende la metáfora”. Donde el poema final
se construye con un adversativo y una interrogación: “Pero, ¿puede cesar lo que
alguna vez fue puesto en marcha?” y se abre a los grafismos de Pedro Núñez. Adversar
y preguntar nos lleva a dar la vuelta al libro, reiniciar la lectura. En su límite
la palabra poética respira.
En su ensayo “Sobre la poesía dilatada” (en Del caminar sobre hielo, Madrid,
Machado Libros, 2001) Miguel Casado dice: “El índice afirma una existencia
concreta y sólo eso: no añade ni declara un sentido, queda como enigma para
quien no se mueve en el mismo contexto de su origen. […] la negación del sentido
que conlleva el índice hace que surja, imprevisible y libremente, en otro sitio: la
existencia, allí, ocurrió –la realidad se perfila entonces como un exterior no sólo
soñado, tiñe de brillo el don de la vida, incluso el más amargo de sus minutos.”
Este índice es el Índice que nos presentan del Pliego y Núñez. Desplegado en su
sólo estar allí es doblemente índice ya que se niega a ser índice de un título, un
sentido que organice la lectura. Sólo el propio índice, autorreferente pero en cuanto
tal virtual y polisémico, se ofrece para suceder en el espacio del lector. Síntesis de un
discurso intuido que en su decir resiste al proceso hermenéutico que escribir sobre
él, generar un discurso de segundo grado, significa. Si algo queda en la re-seña es la
cita, huella, seña de las palabras a falta de medios para incluir los grafismos. Falta el
ausente, el fantasma, el grafismo de Pedro Núñez, para dar cuenta, testimonio, de la
experiencia lectora que significa entrar en Índice.